
Apple ha anunciado esta semana su intención de impulsar sus inversiones en los Estados Unidos hasta alcanzar los 500.000 millones de dólares, equivalentes al cambio a casi 477.500 millones de euros, en los cuatro próximos años.
La iniciativa contempla ampliar las instalaciones de la tecnológica californiana en Michigan, Texas, con una nueva factoría que se pondrá en marcha en Houston, California, Arizona, Nevada, Iowa, Oregón, Carolina del Norte y Washington. En particular, la multinacional también prevé aumenar la capacidad de sus centros de datos de Carolina del Norte, Iowa, Oregón, Arizona y Nevada.
Al mismo tiempo, este ingente volumen inversor se destinará a múltiples iniciativas que cubren los campos de la inteligencia artificial, la ingeniería del silicio y el desarrollo profesional y académico de su personal, así como de los proveedores de su cadena de suministro.
Con estas inversiones, la compañía intenta cubrirse frente a la política proteccionista que está impulsando la Administración Trump, por eso intenta relocalizar parte de su proceso de fabricación en los Estados Unidos, algo que implicará, sin duda, un giro radical en su cadena de suministro, actualmente muy dependiente de una producción que se concentra principalmente en China y con proveedores de piezas y componentes repartidos por el sureste asiático.
En este sentido, el incremento de la producción en los Estados Unidos implicará nuevos flujos logísticos, con cambios de proveedores en su caso.
Sin embargo, más allá de la coyuntura política, Apple ya venía impulsando cambios en sus cadenas de suministro en los últimos años para reducir su dependencia de China, por lo que planeaba impulsar la producción en La India, entre acusaciones paralelas en el suministro de materias primas desde África.