El 28 de octubre de 1848 se inauguró oficialmente la primera línea férrea de la península, que cubría el servicio entre Barcelona y Mataró, y que abriría al público pocos días después, el 1 de noviembre.
España ya había puesto en marcha su primer servicio ferroviario con anterioridad, pero fue en Cuba, entre La Habana y Güines para el transporte de caña de azúcar, en 1837.
Incluso antes se había planeado transportar en este novedoso modo para la época vinos de Jerez allá por 1829, pero este proyecto no fraguó. De igual modo, también funcionaba desde 1836 una línea en Asturias que se usaba tanto para el transporte de personal, como de carbón con el puerto de Avilés, y que, sin embargo, no consta históricamente como la primera peninsular.
A esta primera iniciativa ferroviaria en Cataluña siguieron rápidamente otras en la misma década, como la línea entre Madrid y Aranjuez, o el trayecto de Langreo a Gijón.
Desde entonces, esto modo ha marcado como un metrónomo la evolución tecnológica y económica del país, incluso con pintorescas peculiaridades como el ancho de vía ibérico, que con el paso de las décadas se ha convertido en una de los principales problemas para el desarrollo de la infraestructura y su imprescindible interconexión con Europa.
Ya principios del siglo XX, en 1911, se electrificóel tramo de Gergal a Santa Fe, en la línea Linares-Almería. Este proceso se ha ido generalizando gradualmente. De igual manera, la llegada del siglo XX también trajo al país los nuevos ferrocarriles suburbanos y el metro.
De igual modo, la historia de las diferentes compañías que han dado servicio ferroviario a lo largo de los años merece un capítulo aparte.
De la iniciativa privada primigenia a Renfe
En sus comienzos, la infraestructura ferroviaria corrió a cargo de diferentes empresas privadas, que se repartieron el territorio por zonas de influencia, como la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante, la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España o la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces.
Los nombres de algunas de ellas pueden leerse todavía en los forjados exteriores que coronan la parte vieja de la estación madrileña de Atocha.
De igual modo, la evolución de las instalaciones ferroviarias también ha sido grande en estos 175 años, con grandes hitos arquitectónicos, como las de Atocha o del Norte, en Madrid, así como las de Canfranc y Valencia, entre otras.
Este esquema operativo se mantuvo a grandes rasgos hasta la Guerra Civil, con algunas grandes crisis entre la Primera Guerra Mundial y 1939.
Posteriormente, en 1941 se impulsó la nacionalización de todos los operadores que trabajaban en vía de ancho ibérico, mientras que se mantuvo fuera a los vía estrecha, aunque también acabarían integrándose en el operador nacional, la Red Nacional de Ferrocarriles Españoles, Renfe, para desaparecer ya en este siglo bajo el control de Adif.
Durante la etapa franquista, el ferrocarril fue desarrollándose lentamente y ha sido ya en democracia cuando las líneas de alta velocidad han impulsado una etapa de fuerte crecimiento que ha conducido a la liberalización del mercado ferroviario de mercancías primero y de viajeros después.
Ahora, el transporte ferroviario afronta una nueva etapa crucial impulsado por ingentes fondos públicos y el proceso liberalizador, que avanza a trompicones en la Unión Europea, así como con la vista puesta en articular grandes corredores transeuropeos, así como en que el área de mercancías gane cuota modal para conseguir un sistema de transporte más sostenible.