En el transporte marítimo, durante los últimos años, se ha producido un movimiento natural de las empresas navieras a extender su presencia en tierra, bien a través de entradas en el accionariado de terminales o bien por medio de adquisiciones directas de empresas terminalistas.
De este modo, las principales navieras se han ido haciendo con plazas fuertes en los puertos más importantes para el tráfico de mercancías de todo el mundo, con el fin de integrar esta parte de la cadena logística asociada al transporte marítimo, generar sinergias y optimizar el rendimiento de sus servicios, en un escenario de cadenas de suministro cada vez más tensas y complejas.
En este sentido, algunos expertos abogan porque podría suceder algo parecido en el transporte ferroviario de mercancías, modo en el que, por otra parte, también han empezado a entrar algunas navieras tímidamente o de manera más evidente, como el caso de Medway constituída tras la compra de CP Carga por parte de MSC, en con el fin de seguir integrando servicios de la cadena de suministro bajo un único interlocutor.
El transporte de mercancías por ferrocarril es un negocio intensivo en capital, con un gran índice de riesgo y baja rentabilidad que, a juicio de algunos profesionales del sector, necesita ganar flexibilidad, mejorar su productividad e incrementar su volumen de cargas para conseguir una masa crítica que le permita ser rentable.
Así las cosas, parece que se acerca el momento de buscar alianzas con el fin de engrasar el complejo mecanismo que mueve el transporte ferroviario de mercancías.
Ciertos expertos creen que integrar operadores ferroviarios de mercancías y terminales podría ayudar a eliminar cuellos de botella y a hacer más fluido este modo de transporte en aquellos trayectos en que existe una masa crítica, al tiempo que podrían aprovecharse las campas de las terminales para la prestación de otros servicios logísticos, especialmente en el ámbito del transporte secundario y la distribución.